No aparece en las guías turísticas, pero uno de los lugares más famosos de Dinamarca es un parque industrial anodino de la pequeña ciudad costera de Kalundborg. El motivo de su popularidad está en su capacidad para transformar el modelo lineal de producción industrial en otro circular. Una refinería de petróleo comenzó a canalizar el exceso de combustible hacia un fabricante de paneles de yeso cercano y creó un ciclo virtuoso en el que los desechos de una empresa se convirtieron en la entrada de materia prima de la otra. Esto sucedía ya en 1972, cuando el término «economía circular» ni siquiera existía; se mencionaría por primera vez más de una década después, en el libro de Pearce y Turner ‘Economía de los recursos naturales y del medio ambiente’.
Desde entonces ha llovido mucho y «economía circular» es un concepto cada vez más utilizado, tanto que, como sucede con las reiteraciones excesivas, corre el riesgo de desgastarse. Esto podría llevar a que una parte de la sociedad deje de creer en las verdaderas intenciones de empresas e instituciones e, incluso, vea inviable que lleven a cabo una transformación tan profunda como la que requiere abandonar el «tomar, fabricar, usar y desechar» históricamente intrincado en nuestro sistema productivo. Es, por tanto, fundamental que la industria, además de tomar medidas para una transición capaz de afrontar los retos de este siglo, crea en lo que hace. Justo como lo hizo aquella refinería danesa medio siglo atrás.
Hace tiempo que la circularidad dejó de ser, exclusivamente, la vía para contener la subida de la temperatura global y salvaguardar los recursos del planeta. De hecho, cada vez existen más señales que indican que esta transformación de los sistemas de producción y consumo es fundamental para la rentabilidad de las empresas.
Un reciente estudio de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial junto a la Fundación Ellen MacArthur desmonta tópicos sobre la economía circular y la presenta como algo posible y realizable: «Plantea un enfoque completamente distinto que permite estimular el crecimiento económico y generar empleo sin comprometer al medio ambiente, posicionándose como piedra angular para una recuperación económica resiliente».
Por tanto, ya no se habla solo de un planeta sostenible, sino también de una economía más eficiente. Y los números reafirman esos argumentos. Las empresas podrían generar hasta 4,18 billones de euros de euros añadidos de aquí a 2030 si adoptaran los principios de la economía circular de manera más generalizada, según los cálculos de Accenture. En resumidas cuentas, los avances tecnológicos, los modelos de consumo cambiantes y la necesidad de abordar el cambio climático causado por las actividades económicas que desperdician demasiados recursos dejan sin argumentos a quienes dudan de que una transición hacia la circularidad no tiene contraparte alguna.
La circularidad supone un ahorro de emisiones y recursos para el planeta y, aplicada holísticamente, de costes para las empresas. Así lo resume el Foro Económico Mundial: «Los modelos circulares tienen el poder de transformar el mundo tal como lo conocemos, y de mejorar las cuentas de resultados de las empresas».
(Fuente: Ethic.es)